He sido siempre un seguidor de los deportes en general, no solo porque entretienen, sino porque fomentan el desarrollo humano en la parte física y mental, fomentando la salud y el bienestar.
Los que tenemos una naturaleza competitiva también disfrutamos los deportes porque encienden la búsqueda por la medición de fuerzas, velocidad, habilidades y respuesta a situaciones desafiantes.
Dentro de los diferentes deportes el tenis es el que más me llama la atención, entre varias razones, por su elegancia e intensidad, su complejidad y la posibilidad de practicarlo por años.
Mis más grandes aprendizajes han venido de la practica competitiva y social del tenis, no solo he aprendido de la esencia del ser humano, sino sobre mí mismo, mis debilidades y fortalezas, la capacidad para reponerse, luchar, adaptarse, definir al oponente para acomodar una estrategia, enfocarse y sobreponerse a las presiones, mientras se disfruta, entendiendo que es solo un juego.
He aprendido que más que una actividad física demandante, el tenis es un deporte fundamentalmente mental, he vencido a jugadores más rápidos, fuertes y con mejores habilidades técnicas que las mías, así mismo he perdido con tenistas supuestamente más débiles que yo en lo tenístico, ¿La diferencia? La fortaleza mental.
El tenis me ha enseñado mucho, pero también he aprendido mucho de tenistas profesionales, mi más grande admiración es por Rafael Nadal, no solo por sus grandes logros tenísticos, sino por la persona y el ser humano que es. Hace poco escuche una entrevista a su tío, formador y coach Toni Nadal, a quien le preguntan; ¿a quién entrenara ahora que ya no trabaja con Rafa? Su respuesta es: “a mí nadie me contrataría como entrenador de tenis, yo no sé de tenis, no ven que Rafa aún no sabe sacar?”; a lo que su entrevistador contra pregunta: “entonces como es posible que Rafael haya llegado dónde está?”, Toni le responde: “yo trabajé con Rafa para que fuera una persona que pudiera adaptarse a las dificultades de la vida, a lo que viniera, trabaje con él para que fuera una buena persona, luchadora, disciplinada, persistente, que nunca culpara a nadie o a nada por lo que le sucediera, para que se hiciera cargo y fuera responsable de su propio destino, para que siempre tuviera los pies en la tierra y fuera consciente de que él no es más que nadie, que el tenis es sólo un juego y que él podía ser bueno jugando, que respetara a los demás, que siempre quisiera aprender y mejorar, la prioridad no era que fuera número 1 del mundo, ni que ganara muchos torneos, la prioridad era que fuera una buena persona”.
La entrevista continúa y Toni cuenta muchas anécdotas que recalca con ejemplos las diferentes circunstancias que se fueron dando y como las prioridades estaban puestas en el desarrollo y la formación de la persona, un niño al cual le gustaba el tenis.
Es aquí donde creo importante que revisemos nuestras prioridades de educadores y formadores de seres humanos. Vamos de colegio en colegio y de país en país proponiendo una transformación educativa, de las prácticas de aula y la mirada del nuestro quehacer diario. Es muy común escuchar las mismas preguntas o los mismos argumentos con respecto a lo que nos preocupa o interesa. La pregunta más común que encontramos es; “Y como hago todo esto en el aula de clase si no tengo tiempo?”. Nuestra pregunta es siempre: ¿Tiempo para qué? Ahí es cuando la respuesta inicial es un silencio, seguido por “tengo que dar el tema, tengo mucho para cubrir y no tengo tiempo”. Lo que denota que la prioridad no necesariamente es que los estudiantes aprendan, por lo menos no para la vida, tienen que pasar la prueba, si lo hacen ya nuestro trabajo esta completado, ¿Pero es esa la prioridad? ¿Dar el tema? ¿Que pasen la prueba? ¿Completar el capítulo del libro?
Las prioridades no están alineadas con lo que creemos y los educadores corroboran es el fin de la educación: formar seres humanos con los conocimientos destrezas, habilidades, competencias, comportamientos y valores que los conduzcan a ser unos buenos seres humanos que se adapten positivamente al entorno que les toque, mientras viven una vida plena agregando valor a su paso.
Si esta fuera la verdadera prioridad le daríamos más tiempo a las conversaciones, a la exploración, a la curiosidad, a la contrastación respetuosa de las ideas y los puntos de vista, al análisis profundo de los contenidos curriculares, no para memorizarlos, sino para comprenderlos y poderlo usar para resolver problemas y entender mejor el mundo y a nosotros mismos, le daríamos más tiempo a los espacios que fomenten las interacciones entre los estudiantes y su posibilidad de que descubran su pasión, a la posibilidad de que los estudiantes se involucren en proyectos reales de problemas reales para que desarrollen la empatía, los valores y la capacidad de tomar acción, de cambiar las cosas, de mejorarlas. Pero la prioridad está en “completar el tema, el capítulo, la prueba”.
Nuestras prioridades no solo guían nuestras acciones, sino también nuestro lenguaje. Cuando le preguntamos a los estudiantes; ¿Por qué estas estudiando esto? Su respuesta es “porque el profesor lo dijo o lo van a preguntar en el examen, o porque está en el libro o me servirá para la vida” sin que realmente sepan cómo. Estas respuestas son producto de nuestro lenguaje, de lo que les comunicamos como lo prioritario, nuestras prioridades condicionan nuestro lenguaje y determinan las prioridades de nuestros estudiantes.
Si queremos transformar la educación y realmente formar seres humanos, buenas personas, no los podemos preparar para la prueba o el examen, para que completen el capítulo del libro o saquen buenas notas, la prioridad de la educación y de lo que hacemos todos los días tiene que ir mucho más allá, para que cuando les preguntemos; ¿por qué estas estudiando esto? Las respuestas estén más alineadas con “porque lo necesito para el proyecto en el que estamos ayudando a …, porque me genera mucha curiosidad y me ayudaría a entender…, es un tema que me apasiona y me dan ganas de saber más, me gustaría comprender porque la humanidad…. Las prioridades de ellos cambiaran cuando las nuestras se realineen.
No se trata de formarlos para que ganen muchos trofeos, para llegar a ellos hay que sortear innumerable cantidad de desafíos, Nadal encaro múltiples lesiones, situaciones anímicas y familiares complicadas, diferentes oponentes con mejores armas y condiciones, cambios constantes difíciles de anticipar. Rafael no necesita ni más dinero, ni más triunfos, ni más reconocimiento, hoy sigue dando la batalla porque le apasiona lo que hace, lo disfruta y por lo tanto se motiva a seguir esforzándose, siempre consciente de que lo más importante es ser un buen ser humano, una buena persona.
Debemos formar a nuestros niños para que encaren la vida a plenitud, en balance, con un propósito y agregando valor a su entorno, esa es nuestra prioridad, ¿Cuál es la tuya?
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